Verano. Ola de calor en Barcelona. He salido con mis hijos al atardecer, aprovechando que ha refrescado una pizca. Estoy sentado en un banco de un parque infantil mientras ellos juegan, volcados en el aquí y el ahora.
Tenía que sacarlos para que desfogaran después de un domingo encerrados en casa. Luego tendré que acostarlos y recoger un poco el salón. No obstante, en este preciso momento no tengo nada que hacer.
Podría sacar el móvil y dejar que me arrastrase su flujo de información inagotable; como en tantas otras ocasiones en las que no tengo nada particular que hacer: en el metro, en la parada del autobús, incluso en la cola del supermercado. Matamos los tiempos muertos y las esperas a golpe de smartphone.
Además, hoy es la noche electoral en Andalucía y me pica la curiosidad, seguro que han salido ya los primeros resultados del escrutinio.
Pero no, mi móvil se va a quedar en el bolsillo.
Como decía, no tengo nada que hacer. Ninguna tarea que tachar de la lista. Ninguna obligación que cumplir.
No voy a hacer, pero voy a estar.
Ese es mi propósito: meterme de lleno en estos momentos con mi atención y mi conciencia despiertas. Aquí y ahora, como las niñas y niños que juegan en el parque.
Miro a mi alrededor y observo que el suelo de arena está cubierto de flores amarillas de los árboles que cobijan el parque. Creo que son acacias, pero no me importa si estoy en lo cierto o no.
Sea cual sea el árbol, abajo las flores pintan un cuadro hermoso con su amarillo sobre el marrón de la arena; y arriba, las ramas se extienden llevando su verde hacia el azul del cielo.
Ahora llevo la mirada hacia adentro.
Tomo conciencia de mi postura y la mejoro. Relajo los hombros, me yergo y creo más espacio para una respiración más profunda. Es el movimiento contrario al de unos adolescentes en un banco del mismo parque, que se encorvan y se encogen sobre las pantallas de sus móviles.
Esta es una forma sencilla y accesible de practicar el mindfulness o atención plena. Solo hace falta estar donde uno está, con conciencia y una mente abierta a aquello que se presente.
Conecto con mi respiración y observo lo que hay en mi mundo interior: el aire que entra y sale rítmicamente, las sensación de mi espalda recostada sobre la madera del banco, la brisa que acaricia mis brazos, tranquilidad y paz interior.
En lugar de matar el tiempo (con el móvil o de cualquier otro modo) he conseguido darle vida con atención y conciencia. Desde luego, me sienta mucho mejor.
Luego en casa le echaré un vistazo al periódico para ver qué ha pasado en las elecciones.
Pero ahora no, ahora estoy aquí.
Foto de Vlad Coroeanu en Unsplash.